Se
sentía helado. El gélido invierno se apoderaba de su cuerpo, lentamente, como
un cruel veneno que recorría todo su ser, invadiéndolo implacable.
No
tenías fuerzas ni para llorar, pues incluso las mismas lágrimas, se congelaban
al rodar por sus mejillas.
Notaba
como el frío se entrelazaba atenazando sus músculos, sus huesos hasta el
tuétano, como se apoderaba de su corazón, de su mente. La muerte le reclamaría
pronto.
Hasta
que sintió un calor, cuando ya cerraba los ojos y se abandonada al abrazo
helado de la dama de la guadaña.
Un calor
leve, suave, dulce. Que comenzaba en sus labios, recorría sus mejillas, invadía
sus pensamientos y caldeaba todo su cuerpo.
Sintió
su corazón volver a latir, sintió su mente invadida por un torrente de
sensaciones indescriptibles.
El frío
invierno del amor y el desengaño, abandonaba su cuerpo en ese beso de amor puro
y sincero.
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