Se encontraba, como
cualquier otro día, realizando sus investigaciones, en el invernadero, que
había hecho construir junto a su casa, para poder realizar más cómodamente sus
investigaciones.
Se dedicaba al estudio
de las serpientes, investigando nuevos antídotos, a las especies más venenosas,
que seguían segando vidas por cientos año tras año en todo el mundo.
Ese invernadero, estaba
lleno de terrarios, donde las serpientes, vivas, moraban durante los
experimentos.
Llevaba varios días, en
el laboratorio anexo al invernadero, probando la síntesis de un veneno, y
estaba a las puertas, de conseguir un antídoto exitoso.
Emocionado por sus
progresos, no había casi comido ni bebido y apenas dormido en unas horas, en
los últimos días.
Comenzó a sentirse
mareado, con sudores fríos recorriendo su cuerpo. La vista empezó a nublarse.
Demasiado agotado, estaba empezando a perder el equilibrio.
Demasiado entregado a
sus investigaciones, se había olvidado de cuidar de si mismo.
La luz se le fue de los
ojos, cayendo desmayado, al suelo del invernadero, arrastrando en su caída, al
intentar agarrarse para evitar caer, uno de los terrarios, que se desplomó en
el suelo, rompiéndose el cristal en infinidad de trozos, que cortaron su carne
en varios puntos, encharcando en sangre el suelo del invernadero.
Con un siseo, entre
gritos de dolor, la boca abierta de una cobra,
hundiendo los colmillos en su brazo, fue lo último que vieron sus ojos.
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