viernes, 14 de octubre de 2016

A vueltas con el pasado



Casi se ha vuelto raro el día, en que si no por una razón, por otra, uno no se encuentre con menciones en redes sociales, en tweets, entradas de blog o noticias de cualquier periódico, mención a la memoria histórica o a las idas y venidas de nuestro pasado.

Recientemente ha sido tras las celebraciones de la fiesta nacional, éste 12 de octubre, que para variar según es ya costumbre, siguen año tras año levantando ampollas y posiciones de lo más contradictorias.

Me resulta cuanto menos curioso, como las posiciones se polarizan en dos extremos: aquellos que se empecinan en borrar toda huella de ese pasado, una damnatio memoriae en toda regla, como si pretendiendo mandar ese pasado a las profundidades del olvido en algo éste fuera a cambiar o a repararse el dolor causado, y quienes se empecinan en reabrir una herida mal cicatrizada con saña para echar sal en ella, cuando no tratar de tergiversar, por mala fe o por ignorancia, los hechos históricos.

Toda nación, todo país, todo pueblo, tiene un pasado. Más o menos claro, más o menos oscuro, con sus luces y sombras, con sus logros y fracasos, con sus episodios sangrientos y sus épocas de paz.

Es absurdo señalar con dedo acusador a un país, por sus hechos históricos, por su pasado, por las depravaciones que generaciones anteriores cometieran. Que levante la mano aquel pueblo, cuyo pasado esté libre de pecado, cuyo país esté libre de al menos, un episodio que le haga bajar la mirada a sus gentes.

Igual que absurdo es pretender ignorar ese pasado. No es destruyendo estatuas o cambiando nombres de calles que se cambia un pasado doloroso. El pasado es el que es, nos guste o no, y eso no puede cambiarse.

Lo más que podemos hacer, es aprender de nuestros errores, aprender de lo que generaciones pasadas hicieron mal, aprender de un pasado que sacó lo peor del ser humano, y no insistir en repetir, de una manera más bárbara y animal si cabe, aquello que en el pasado se cometió por razones de poder, de codicia, de religión o de odio.





miércoles, 12 de octubre de 2016

Con una taza de café - Décima taza



Nuevamente tenía que madrugar, nuevamente un día más en la rutina de su semana como profesor, teniendo que ir a impartir sus clases.
Lavado, peinado y vestido, bajó el joven a la cocina de su casa. Puso la cafetera eléctrica en marcha, tras añadir el agua y el café y dejar preparada su taza roja de cerámica con tapa, que se llevaría al trabajo.
Mientras el café se preparaba, el joven se sirvió el tazón de leche, con una pizca de cacao en polvo, al que dio un golpe de calor en el microondas.
De la nevera, abrió una caja de miguelitos, unos suaves pasteles de crema y hojaldre. En la puerta de la nevera, un tarro de confitura de coco.
Sacó los cereales y el paquete de galletas. Un nutritivo y abundante desayuno antes de empezar su jornada.
Pero miraba a su diestra y le faltaba lo más importante. Le faltaba ella, su amada, a su lado. Y todos aquellos pequeños objetos, todos aquellos alimentos cotidianos, eran pequeños fragmentos de recuerdos, de los desayunos compartidos  hacía apenas dos semanas con ella, que ahora de nuevo estaba lejos de él.
Maldecía, conteniendo las lágrimas, cada kilómetro que la separaba de ella.


sábado, 1 de octubre de 2016

Con una taza de café - Novena taza




Puso la cafetera a calentar al fuego. Era una vetusta cafetera metálica, de las que no necesitaban más que una buena lumbre bajo ellas para preparar un delicioso café humeante.
Su amada, seguía aún durmiendo apaciblemente, acurrucada bajo la calidez de las mantas. Fuera, los primeros vientos fríos del otoño se dejaban notar, desnudando impúdicamente las copas de los árboles de su traje de hoja en una caricia.
Cada mañana el mismo ritual, sirvió dos tazas de café, en unas tacitas con sus nombres. Escogió unas flores frescas del jardín que aún sobrevivían a la estación, para adornar una sencilla bandeja de porcelana, sobre la que colocó sendos croissants, junto con un platito de jamón y la mantequilla.
Llevaban casados cinco décadas, pero cada mañana, el anciano esperaba a que el aroma del café, despertara a su amada, aprovechando esos minutos, en que ella no lo sabía, para sencillamente contemplarla dormir, apaciblemente.
Cuando perezosamente despertaba, parpadeando, le devolvía la sonrisa y se inclinaba ligeramente sobre el borde del lecho para besarla.