Miraba
sus ojos castaños, perdiéndose en su belleza, recreándose en sus pupilas, como
dos tazas de café humeante, negro, delicioso.
Bebía
sus miradas, bebía sus palabras, durante las horas, durante los días, durante
los meses enteros, sin saciarse nunca, del exquisito manjar.
Sonriéndole,
se acercó a él, tomó su rostro entre sus manos, fundiendo sus labios con los de
él, dando la nota de delicioso dulzor, al café de sus miradas.
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