sábado, 4 de febrero de 2017

Con una taza de café - Decimoctava taza



El enamorado despertaba en lecho de la habitación azul, decorada con motivos marinos en su muro y techos.
Era una mañana en la que ni él, joven profesor de idiomas, ni su amada, enfermera especializada en tocología, tenían que acudir al trabajo.
Desde uno de los cuartos de la casa de piedra, que habían adquirido juntando sus ahorros sufridamente ganados, provenía la melodía de un piano.
Con una sonrisa, el enamorado, en camiseta de manga corta y pantalón bombacho de cuadros, sale del lecho, se calza las zapatillas de estar por casa y se encamina a la cocina, oyéndose cada vez más cerca, cada vez a más volumen, la melodía del piano.
Coloca en la cafetera dos cápsulas de capuchino y prepara sendas tazas de café, que coloca en una bandeja metálica, junto a un pequeño plato con dos croissants de mantequilla.
Tomando la bandeja con ambas manos, camina hacia el cuarto, donde su amada, aún en pijama, toca una melodía en el piano de cola. Deja el enamorado una taza y un croissant en un platito junto a su amada, besa sus labios un instante y mientras saborea el café, escucha a su amada, entregada a la música, sentado junto a ella.