sábado, 28 de noviembre de 2015

12 cuentos para el invierno - III- La dama de hielo



Era un montañero ya veterano, que había tenido ocasión, en su larga experiencia, a pesar de su juventud, de escalar algunas de las cumbres más altas del mundo entero.
La nieve no tenia secretos para él. Capear con aludes, tormentas de nieve, gélidas temperaturas y ventiscas, eran sólo gajes de su oficio, un diezmo a pagar por el peligroso deporte que practicaba.
Con la caída de las primeras nieves, antes de que el espesor de nieve hiciera impracticable la escalada, quiso escalar un pico, que desde siempre había sido su némesis, un reto inalcanzable.
Contaban las leyendas, que ningún escalador había logrado hacer cima, que muchos habían perdido la vida, por los fuertes vientos, el frío y los aludes. Pero el intrépido alpinista no se amilanaba.
Una buena mañana, preparó su equipo y se encaminó con su jeep hasta las faldas mismas de la cumbre, desde donde se cargó con lo esencial y comenzó la escalada, hasta subir los primeros metros, donde construyó su campamento base, desde donde ir etapa a etapa, conquistando la cumbre.
El primer día en el campamento, pasó sin peligro. El firmamento estrellado, no presagiaba que fuera a caer una nevada y no había más viento que apenas una suave brisa.

El segundo día, el viento se había vuelto algo más fuerte,  y el cielo comenzaba a estar encapotado.
El tercer día de ascensión, el viento se había convertido en un fuerte vendaval y los copos de nieve caían con abundancia, amenazando con enterrar su campamento si se despistaba.
El cuarto día, la situación se había vuelto insoportable. Estaba a apenas decenas de metros escasamente de la cumbre, pero la nevada se había convertido en una poderosa ventisca. Sin embargo, terco el montañero siguió ascendiendo.
Pero no tenía fuerzas. El viento era demasiado fuerte y tenía demasiado frío. Sintió sus ojos cerrarse y su cuerpo desplomarse sobre la nieve, sepultando poco a poco su cuerpo copo a copo.
Pero cuando ya creía que la guadaña de la parca cercenaría su vida, entre sus párpados entrecerrados, vio la espectral figura de una dama, una joven mujer, vestida de azul, de piel blanca como el nácar, que envolvía entre sus vestiduras el cuerpo del montañero, dándole calor y protegiéndole de la nevada, mientras cantaba en apenas un susurro lo que recordaba a una canción de cuna.
El montañero, sintió sus ojos cerrarse, y quedarse dormido, despertando, en su campamento al amanecer, desde donde pudo dirigirse a la cumbre. Se preguntaba, qué había sido de la misteriosa muchacha que le había salvado la vida, pero por mucho que la buscó y la buscó no lograba dar con ella.
Cuando llegó a la cima, encontró en ella, lo que parecía ser un túmulo, donde habían, a juzgar por la inscripción, dado sepultura a un montañero, como él.
Encontró, junto al túmulo un pequeño diario, guardado en un cofrecito, entre las rocas, a salvo de las inclemencias del tiempo.
En él, escrito del puño y letra de una mujer, hablaba de como su amado, un montañero, había fallecido en aquella montaña, al intentar escalarla, y de como ella, al intentar acudir a su rescate, aun no siendo montañera, había sido víctima de la hipotermia.
Desde entonces, su fantasma, aferrado a la tierra, por el dolor de haber fallado a quien amaba, vagaba en aquella cumbre, hasta saldar la deuda: salvar la vida, que la cruel montaña le había arrebatado.
Rescatado el joven montañero, ahora su alma podía descansar en paz por la eternidad.

sábado, 21 de noviembre de 2015

12 cuentos para el invierno - II- Un jersey para el invierno



Se acercaba el invierno, y con él el frío, que prometía ser especialmente virulento en aquel año.
Era ella una joven que trabajaba en una pequeña mercería del barrio, vendiendo prendas interiores, ropa de mujer y material y accesorios de costura. No ganaba mucho dinero, pero al menos la tienda heredada de su abuela, le daba para ir tirando y poner el pan en la mesa.
Sin embargo, la modesta casa en la que vivía, una antigua casona que había conocido mejores épocas, estaba que se caía a pedazos. Grifos oxidados, goteras, tablas del suelo que cedían, algún cristal de las ventanas que necesita ser reemplazado.... y así una lista interminable con un largo etcétera.
La casa lo necesitaba, pero la joven, no tenía dinero para pagar a un fontanero, a un electricista, un albañil... que hicieran las necesarias reparaciones a la casa. Podía comprar los materiales, a precios rebajados en un outlet, pero ¿quién haría las reparaciones?
Un día llegó a la ciudad, un joven inmigrante del este, que a duras penas hablaba la lengua del país, lo justo para entenderse.

Buscaba un lugar donde quedarse, pero nadie quería darle refugio, ni requería sus servicios como contratista. La joven, estudiaba al muchacho, con cierto recelo, pero una idea le rondaba los pensamientos.
¿Y sí ese joven era la solución que había estado esperando todo ese tiempo?
Un día, el muchacho acudió a la mercería, buscando material para remendar sus maltrechas prendas. La joven, armándose de valor le propuso al joven un trato.
El muchacho trabajaría en la casa, haciendo las necesarias reparaciones. No podía pagarle con dinero, pero no le faltaría un lecho mullido, prendas de abrigo y comida caliente en la mesa.
El joven, sorprendido, aceptó la propuesta de la joven. Compró los materiales necesarios junto a la muchacha, y ese mismo día, comenzó las labores de reparación en la casa.
El muchacho trabajaba incansable mañana y tarde en la casa, de buena mañana. Desayunaban juntos al empezar el día, preparaban juntos la comida, y en la noche tras ver la televisión un rato, se retiraban a dormir en habitaciones contiguas.
Poco a poco, el joven se fue mostrando más abierto, y la joven, disfrutaba de la compañía del muchacho. La casa se iba transformando a ojos vista.
La joven mercera, reparó en el mal estado de las prendas del muchacho. La navidad se aproximaba, y el joven, no tenía prendas de abrigo adecuadas.


Por las noches, al terminar el trabajo, la joven mercera, aún a costa de quitarse tiempo de sueño, seguía infatigable trabajando en un jersey de color azul, con lana de buena calidad, que paciente, puntada a puntada, tomaba forma.
Tejió también, un gorro, unos guantes, calcetines y una bufanda a juego.
Llegado el día de Navidad, había terminado su labor, que envolvió en un pequeño paquetito, que entregó al joven contratista. La casa estaba terminada, con todas las repaciones hechas.
Éste aceptó el paquete, sorprendido, y al momento se puso todas las prendas, agradeciendo a la joven su generosidad.

La muchacha, había puesto en cada punta, los sentimientos que en ese tiempo habían nacido, por aquel joven, la llama de un amor, que había surgido en la convivencia, en el trato diario, en el tiempo que los dos jóvenes habían pasado juntos.
Esa ya no era sólo su casa. Ahora era de los dos. De alguna forma, habían hecho de ese lugar, su refugio, y esas cuatro paredes, estaban llenas de recuerdos, de miradas, de risas, de conversaciones.
Y quizás, finalmente, ese invierno seria, un poco menos frío, a fin de cuentas....

viernes, 20 de noviembre de 2015

12 cuentos para el invierno - I- Amor en la fría nieve



Los dos enamorados, habían decidido, aprovechando el puente de Todos los Santos, en que libraban de su trabajo, para pasar unos días juntos a solas, lejos de sus habituales obligaciones, estrés y preocupaciones, de acampada en un bosque, a varios kilómetros de la ciudad.
Empacaron en la mañana en el maletero de su turismo amarillo, la tienda de campaña, las neveras y bolsas con las provisiones, el material de acampada, unas buenas mantas y demás cosas que necesitarían.
Miraron la predicción del tiempo. A pesar de las bajas temperaturas propias de la estación, preveían que serían días de sol y de buen tiempo.
Condujeron juntos, hacia la salida de la ciudad, en dirección al bosque que habían escogido como lugar para su acampada, dejando el coche en el límite del mismo, medio oculto entre algunos árboles y se repartieron la carga entre los dos, adentrándose por las estrechas sendas del bosque, buscando un claro, cerca de un lago, en el corazón del bosque, donde preveían montar su campamento para pasar los próximos días juntos.

Tras una breve caminata, encontraron el lugar que estaban buscando, un retirado claro, entre los robles, a pocos metros de un pequeño lago de montaña, de donde podrían conseguir agua para beber y cocinar.
Descargaron sus pertrechos en un pequeño montoncito y se dispusieron juntos a montar las tiendas, entre risas, bromas y besos, antes de pasear por el bosque, en busca de ramas y hierbas secas en abundancia con las que encender una buena fogata con la que entrar en calor y cocinar su cena.
Con los últimos rayos del día, los dos enamorados tenían montado su campamento, pusieron una olla en la hoguera y prepararon una sopa, que disfrutaron juntos, acurrucados bajo una mantita, al amor de la lumbre.
Terminada la cena, abrazados, a la luz de las llamas, el enamorado contaba a su amada, historias de amor, entre besos y tiernas miradas.
A medida que se cernía la noche, pequeños copos de nieve, que poco a poco se hacían más densos, empezaban a caer, por lo que los dos enamorados, se refugiaron en la tienda de campaña para pasar la noche, abrazados para darse calor en el saco de dormir.
Al amanecer, cual no fue su sorpresa, al verse enterrados por la nieve, teniendo que abrirse paso entre la masa blanca, para poder salir de la tienda.

Recuperaron como pudieron sus cosas y la tienda. Con una nevada tan fuerte, no podían quedarse allí, debían volver al coche y emprender el regreso. Su escapada romántica, parecía haberse ido al garete.
Regresaron junto al coche, pero éste, enterrado por la nieve, quedaba embarrado, y no podían salir, hasta que el terreno se secara un poco. Incluso si venía una grúa, le costaría horas y horas llegar al lugar, y corría el riesgo de embarrarse también.
Necesitaban encontrar refugio, donde pasar las horas, y quizás otra noche, antes de que llegara la ayuda, pero, ¿dónde?
Caminaron juntos por el bosque, buscando un lugar donde montar de nuevo su campamento, cuando dieron con una cabaña de troncos, devorada por la maleza, que probablemente hace mucho tiempo ocupó algún cazador o un guarda forestal. A pesar de lo dañada que estaba, el interior estaba resguardado, conservaba algunos sencillos muebles, utensilios de cocina, e incluso latas de conserva, que aún no habían caducado.
Los dos enamorados, quedaron en aprovechar la cabaña para resguardarse. Encontraron unas velas en un cajón, que encendieron. Sacaron una sencilla vajilla, y había incluso una polvorienta botella de vino, que descorcharon. Encendieron la chimenea, calentándose con un agradable fuego.
Un brindis, un TE QUIERO, y ninguna prisa porque vinieran a rescatarlos.

martes, 17 de noviembre de 2015

La Colina del Arrendajo: Un mundo lejano

La Colina del Arrendajo: Un mundo lejano: Encontré este cuento en un libro de un amigo. Me gustó y lo quiero compartir con vosotros: V La historia de un mundo, un mundo muy lej...

VII - CANCIÓN PARA LA DULZURA



Canción: The Archies - Sugar Sugar
Era un joven aprendiz de repostero. Había pasado toda su joven vida de poco más de 20 años, aprendiendo de su padre y su abuelo el oficio de repostero, trabajando en el obrador y la tienda de su familia.
Pero ahora, tras los años de formación, había decidido comenzar su propia andadura, abriendo su propia repostería.
Había dado con sus huesos, en una aparta localidad, un pequeño pueblecito, donde encontró un antiguo obrador, en desuso desde hacía casi una década, que sus antiguos dueños querían vender por un precio bastante apropiado, a los ahorros del muchacho.
Y así comenzó su andadura como maestro chocolatero, de su pequeña tiendecita, deleitando a los lugareños.
Pero el giro más dulce del destino, llegaría a su vida, en la forma de una joven muchacha del pueblo, que unidos por el amor a la repostería, construirían su dulce amor, en el apartamento sobre la chocolatería. Y ni siquiera sus exquisitas creaciones, igualaban en dulzura a sus besos.

domingo, 15 de noviembre de 2015

VI - CANCIÓN PARA LA INTIMIDAD



Canción: El Arrebato - Durmiendo En Tu Ombligo

Amanecía, los dos enamorados, desnudos bajo las blancas sábanas de lecho, que daban los buenos días a un nuevo día, despertando el uno en brazos del otro, tras toda la noche amándose.
Ella apoyada en el pecho de él, entre sus brazos, envueltos en caricias. Alza la cabeza ligeramente y ambos se funden en un apasionado y tierno beso.
No había lugar mejor, para ellos, en el que estar. No había otro lugar, en el que pudieran desear estar. El lugar en el que pasarían la vida entera misma si pudieran.
No había para ellos, paisaje más hermoso, paisaje más maravilloso, que poder contemplar, que el del cuerpo del ser amado, desnudo entre sus brazos, a no más de un beso de distancia.
Era así, apoyado en su pecho, el firmamento estrellado de sus ojos, el cielo que deseaban contemplar, día y noche. Eran las planicies de su cuerpo desnudo, las que anhelaban recorrer cada día, caricia a caricia.
El donde no importaba, pues estando juntos, estaban en el lugar donde pertenecían en el mundo.