Era un montañero ya
veterano, que había tenido ocasión, en su larga experiencia, a pesar de su
juventud, de escalar algunas de las cumbres más altas del mundo entero.
La nieve no tenia
secretos para él. Capear con aludes, tormentas de nieve, gélidas temperaturas y
ventiscas, eran sólo gajes de su oficio, un diezmo a pagar por el peligroso
deporte que practicaba.
Con la caída de las
primeras nieves, antes de que el espesor de nieve hiciera impracticable la
escalada, quiso escalar un pico, que desde siempre había sido su némesis, un
reto inalcanzable.
Contaban las leyendas,
que ningún escalador había logrado hacer cima, que muchos habían perdido la
vida, por los fuertes vientos, el frío y los aludes. Pero el intrépido
alpinista no se amilanaba.
Una buena mañana,
preparó su equipo y se encaminó con su jeep hasta las faldas mismas de la
cumbre, desde donde se cargó con lo esencial y comenzó la escalada, hasta subir
los primeros metros, donde construyó su campamento base, desde donde ir etapa a
etapa, conquistando la cumbre.
El primer día en el
campamento, pasó sin peligro. El firmamento estrellado, no presagiaba que fuera
a caer una nevada y no había más viento que apenas una suave brisa.
El segundo día, el
viento se había vuelto algo más fuerte,
y el cielo comenzaba a estar encapotado.
El tercer día de
ascensión, el viento se había convertido en un fuerte vendaval y los copos de
nieve caían con abundancia, amenazando con enterrar su campamento si se
despistaba.
El cuarto día, la
situación se había vuelto insoportable. Estaba a apenas decenas de metros
escasamente de la cumbre, pero la nevada se había convertido en una poderosa
ventisca. Sin embargo, terco el montañero siguió ascendiendo.
Pero no tenía fuerzas.
El viento era demasiado fuerte y tenía demasiado frío. Sintió sus ojos cerrarse
y su cuerpo desplomarse sobre la nieve, sepultando poco a poco su cuerpo copo a
copo.
Pero cuando ya creía
que la guadaña de la parca cercenaría su vida, entre sus párpados
entrecerrados, vio la espectral figura de una dama, una joven mujer, vestida de
azul, de piel blanca como el nácar, que envolvía entre sus vestiduras el cuerpo
del montañero, dándole calor y protegiéndole de la nevada, mientras cantaba en
apenas un susurro lo que recordaba a una canción de cuna.
El montañero, sintió
sus ojos cerrarse, y quedarse dormido, despertando, en su campamento al
amanecer, desde donde pudo dirigirse a la cumbre. Se preguntaba, qué había sido
de la misteriosa muchacha que le había salvado la vida, pero por mucho que la
buscó y la buscó no lograba dar con ella.
Cuando llegó a la cima,
encontró en ella, lo que parecía ser un túmulo, donde habían, a juzgar por la
inscripción, dado sepultura a un montañero, como él.
Encontró, junto al
túmulo un pequeño diario, guardado en un cofrecito, entre las rocas, a salvo de
las inclemencias del tiempo.
En él, escrito del puño
y letra de una mujer, hablaba de como su amado, un montañero, había fallecido
en aquella montaña, al intentar escalarla, y de como ella, al intentar acudir a
su rescate, aun no siendo montañera, había sido víctima de la hipotermia.
Desde entonces, su
fantasma, aferrado a la tierra, por el dolor de haber fallado a quien amaba,
vagaba en aquella cumbre, hasta saldar la deuda: salvar la vida, que la cruel
montaña le había arrebatado.
Rescatado el joven
montañero, ahora su alma podía descansar en paz por la eternidad.