- Buenos días princesa - dice él, sentándose el borde
de la cama, inclinándose sobre la niña, dándole un suave beso en la frente descubriéndola ligeramente de la manta para
que se despertara.
Después se giró, hacia el otro lado de la cama,
besando en los labios a la mujer que dormía, en el otro lado.
- Buenos días mi reina - dijo, en apenas un susurro,
despertando a la mujer.
Sobre la mesilla de noche, una bandeja con el
desayuno. Café para ella, zumo para la
niña. Una bandeja de croissants aún calientes, mantequilla y mermelada.
Había estado trabajando toda la noche. Era lo que tenía ser un guarda nocturno. pero
cada mañana, cuando regresaba del trabajo, antes de ponerse el pijama y
acostarse al menos unas horas, preparaba el desayuno para su esposa y su hija,
antes de dales los buenos días en lecho.
Llegaba cansado del trabajo, con el cuerpo hecho polvo
por los horarios antinaturales. Pero llegar a casa, poder contemplar a sus dos
amores dormir en el lecho, hacía que todo lo demás perdiera importancia en ese
momento.
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