Seleccionó
los mejores granos, los más deliciosos, los más fragantes.
Lentamente,
los fue vertiendo en el molinillo, donde como en otro tiempo, molió los granos
hasta reducirlos a un fino polvo.
Cargó
la tetera de agua, colocó el filtro con el café y la puso a hervir.
Cuando
el aroma del café empezó a inundar la estancia, sirvió dos tazas, las colocó en
una bandeja, exprimió el zumo de dos naranjas y lo escanció en un vaso y sacó
del horno los croissants calientes.
Fue
al jardín, tomó una rosa entre las manos, la dejó en la bandeja y se encaminó
al dormitorio.
Colocó
la bandeja sobre la mesita auxiliar, se sentó en la cama, inclinándose hacia la
mujer que tenía tumbada junto a él.
-Buenos
días princesa - la despertó con un beso en la frente.
Empezaba
una semana más, en las páginas de su vida juntos, con aroma de café y el sabor
de un beso.
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