Era una gélida tarde
invierno. Los dos enamorados, en una de esas contadas ocasiones, en que la
distancia les permitía estar juntos, al fin unos días al menos, en la
inmensidad de los meses, de las interminables semanas que los dos enamorados
pasaban separados.
Habían salido a pasear
después de comer, por un parquecillo cercano a la casa de ella, apurando las
horas de la tarde, antes de que caída la noche tuvieran que regresar.
Finalmente, tras la caminata,
se sentaron en un apartado banco del parque, donde los dos enamorados, pudieran
estar tranquilos, lejos de miradas indiscretas, donde nadie les molestara.
Los brazos de él
rodeándola a ella, sus manos entrelazadas, jugando el uno con los dedos del otro,
miradas llenas de amor, TE QUIEROs apenas susurrados entre besos, mientras la
luna emergía por el horizonte y el cielo se vestía con su manto negro.
El tiempo se tornaba
gélido, los dos enamorados acurrucados el uno junto al otro en sus gruesos
abrigos. Pero no querían volver a casa, no querían que ese momento terminara,
no querían que terminara la magia de ese momento, no querían interrumpir la
magia de ése instante juntos, no querían volver y que con ello comenzara la
interminable separación de las horas de la noche que se les antojaba una cruel
eternidad.
Pero estaban juntos, y
las caricias y los besos eran el mejor abrigo contra el frío, eran su mejor
manto contra el invierno, eran la manta más cálida
Estaban juntos y eso
era todo cuanto importaba, era todo cuanto querían, todo cuanto anhelaban, y
por estar juntos, hasta el invierno más frío, se les antojaba verano.
En el abrigo de un
abrazo, así se acabara el mundo fuera, poco les importaba a los dos enamorados,
pues su mundo no iba más allá de ese abrazo, de donde ambos pudieran estar
juntos.
Y la noche misma entera
podría discurrir, sin que en lo más mínimo importara a los dos el tiempo que
pasara, pues la eternidad era poco tiempo, la misma eternidad se les antojaba
corta a los dos enamorados, entregados a sus te quieros, a sus cuerpos
entrelazados en ese puzzle perfecto de sus labios y sus manos.
Y soñaban los dos
enamorados, con el día en que ya no tendrían que apurar las horas, en que no
tendrían que contentarse con las migajas del tiempo que la distancia les
permitía estar juntos, soñaban, con las noches, en que sus besos y caricias,
serían numerosos como estrellas hay en el firmamento desde la noche hasta el
alba.
Llegada la hora, los
dos enamorados, tomados de la mano, emprendían el camino de regreso, beso a
beso, paso a paso.