Había pasado una noche
increíble, junto a aquella muchacha. Se habían conocido, esa misma noche, en un
pub de la localidad.
Habían conectado al
momento. Habían tomado un par de copas, hablado largo y tendido de sus vidas,
incluso bailaron juntos las canciones que más les gustaban.
Pasearon por la calles
de la ciudad, besándose en cada farola con ardor, riéndose, tomados de la mano.
Todo iba increíblemente
bien, sólo había algo, algo realmente extraño. La muchacha, tenía el rostro
pálido, increíblemente pálido, sin apenas color en las mejillas
Ella afirmó tener mucho
frío, al poco de salir del pub, a la fría noche. Él, se quitó su chaqueta y se
la colocó sobre los hombros para abrigarla, cosa que ella le agradeció.
Se despidieron, para
regresar cada uno a su casa. Ella le entregó, en un trozo de papel, la
dirección de su casa, donde a la mañana siguiente, podía pasarse para
restituirle su chaqueta. El joven aceptó encantado, además, era una ocasión en
bandeja de plata para poder verla de nuevo.
A la mañana siguiente,
el muchacho se encaminó a la dirección que le indicaba el papel.
Cuando llegó al lugar,
llamó al timbre y le recibió una mujer anciana, que entreabrió la puerta.
Preguntó si podía ver a
la joven, con la que había pasado la noche anterior.
La anciana, se quedó
muy sorprendida por la pregunta del muchacho. Diciéndole que se había
equivocado, las lágrimas, acudieron a los ojos de la mujer.
El muchacho insistió,
describiendo a la muchacha. A medida que proseguía la descripción la expresión
de la mujer se tornó en horror.
Dijo que la mujer que
describía era su hija, que había fallecido hacía algunos meses.
El joven, creyó que le
estaba tomando el pelo. La mujer, para convencerle, le pidió que le acompañara
al cementerio, donde le llevó hasta donde estaba la tumba.
Apoyada sobre la
lápida, estaba la chaqueta que el joven le había prestado.
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