Su viaje, llegaba a su fin, y con él, el tiempo juntos que los enamorados habían podido pasar juntos.
Habían
sido casi cinco días, de aquel mes de octubre, que los dos enamorados habían
podido compartir, recuperando un poco del tiempo perdido, un poco del tiempo
que la distancia les había robado, durante dos meses que habían pasado, a 500
kilómetros el uno del otro.
Estaban
en aquel parque, apurando, las últimas horas que les restaban de ese día
juntos, sentados en la hierba, frente al canal de agua que atravesaba el
parque, a la sombra de los árboles.
Ya
habían estado hacía tiempo en ese parque, en el mes de diciembre, y los
recuerdos les venían a la mente a cada paso del camino, en cada rincón, en cada
lugar en el que habían estado los dos enamorados.
Era
el mes de octubre, y poco a poco, el otoño había hecho presa del lugar, tiñendo
los árboles con los colores ocres de la estación.
Tendidos
en la hierba, abrazados, compartían los últimos besos hasta el siguiente
encuentro, hasta que con los fríos del invierno, podría de nuevo reencontrarse.
Era
ese parque, uno de tantos lugares en la ciudad donde vivía ella, en el pueblo
donde vivía él, que habían hecho suyos, que habían llenado con sus recuerdos,
con sus momentos juntos, esos lugares, tan impregnados de recuerdos.
El
resto de la gente, paseaban por el parque, ajenos al dolor de la pareja, ajenos
a su historia, ajenos a la añoranza, al dolor del tiempo separados que
atenazaba los corazones de los dos enamorados.
Llegado
el mediodía, juntos, tomados de la mano, emprendieron el camino hacia la parada
de autobús, apoyada ella la cabeza en el hombro de él, deseando que el momento
de llegar a casa no llegara nunca.
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