lunes, 19 de octubre de 2015

12 cuentos para el otoño - II - Los colores del otoño.



II- Los colores del otoño.

Se había trasladado, junto al río, aquella mañana de otoño, con los primeros rayos del amanecer, a pesar del fresco clima, junto a su caballete, óleos, pinceles, paleta y otros instrumentos para ejercer su arte.
Pintor apasionado, buscaba siempre, los más bellos paisajes que retratar haciendo danzar sus pinceles sobre el blanco lienzo.
Tenía una retirada cabaña en el campo, en la que pasaba largas temporadas, teniendo así el retiro necesario para su arte. Quería inmortalizar, en aquel amanecer, los colores del otoño en los árboles de la ribera del río.
Normalmente, el lugar era totalmente solitario, pero en ese día apareció una joven muchacha, de edad similar a la del pintor, equipada con una pesada cámara de fotos y un trípode.
Extasiada por el paisaje, sacó su trípode, que colocó en una de las muchas sendas que circundaban el lugar, fijando en él su cámara, ajena por completo al pintor, que estaba a unas decenas de metros de lugar donde ella se encontraba, embelesado en su arte.
Pasaron así varios días, estudiándose con curiosidad desde la distancia, el uno al otro, sin atreverse a dirigirse la palabra el uno al otro.

Un día, la muchacha, llegó a la altura del joven pintor, colocando a poca distancia de él, el trípode con su cámara, y sin mediar palabra, ante la atónita mirada de éste, se limitó a decirle:
- Sonríe.
Saltó el flash de la cámara en dos ocasiones, inmortalizando la estampa del pintor con su caballete.
- Soy Teresa - dijo la fotógrafa, presentándose, plantándole un beso en cada mejilla al pintor - Enfermera de profesión, fotógrafa aficionada.
El joven pintor, ligeramente ruborizado, le devolvió los dos besos con una sonrisa.
- Josemi - respondió el pintor - Profesor de idiomas de profesión, pintor de afición.
- Toma - dijo la muchacha, tendiéndole la foto, que la cámara había escupido - Un recuerdo de nuestro primer encuentro - dijo con una sonrisa.
- Entonces permíteme que haga yo algo por ti - dijo el pintr, tomando la fotografía entre sus manos y guardándola en un bolsillo de su abrigo. Tomó el caballete, girándolo hacia la muchacha, pidiéndole que se sentara en una roca cercana. Tomó un carboncillo, trazando las líneas de la muchacha y la roca en la que estaba sentada.
- Ven mañana a mi cabaña - dijo el pintor, señalando con la mano su cabaña, cuya silueta se entreveía entre los árboles, a un par de cientos de metros, en una colina próxima al río - Quiero regalarte éste cuadro, como recuerdo de nuestro encuentro, para mañana estará terminado.
La joven, agradeció al pintor su amabilidad, prometiendo ir al día siguiente a su cabaña, despidiéndose entonces.
El pintor, recogió sus aparejos, regresó a la cabaña, se sirvió una humeante taza de café y se dispuso, tras un breve descanso, a retomar la tarea del cuadro.

Sólamente se habían visto una vez, apenas unos instantes, pero no le había hecho falta nada más, para inmortalizar, cada detalle de la muchacha, en ese cuadro, como si con cada trazo del pincel, quisiera acariciar su figura.
Terminada la obra, estampó su firma en una esquina, y dejó que el calor de la estancia, secara la pintura, sin mover el lienzo del caballete.
A la mañana siguiente, la joven se presentó en la cabaña, armada con su cámara de fotos.
- Buenos días, bienvenida -dijo el joven artista, haciéndose a un lado y dejándola pasar.
En la calidez de la estancia, los dos jóvenes, compartieron un chocolate caliente y una bandeja de pastas de la que dieron buena cuenta.
La joven, admiraba desde su asiento el cuadro, alabando la genialidad del artista, sintiéndose muy halagada de cómo la había retratado.
Terminado el encuentro, horas después, en que no les quedaba más elección que despedirse, la muchacha se despidió del pintor, llevando bajo el brazo, en una funda, el lienzo.
- ¿Sabes? - le dijo, a un suspiro de distancia de él, tanto, que sus labios casi se tocaban al hablar, pasando la mirada de sus ojos a sus labios - Podría venir a tu cabaña, de vez en cuando... a... tomar chocolate, pintar, y hacer fotos juntos - dijo con un guiño pícaro, antes de besarle en la comisura del labio y con una risa traviesa y cierto rubor en las mejillas, saliendo por la puerta de la cabaña, canturreando una canción mientras se alejaba dando saltitos por el camino.







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