Acababan de conocerse.
No sabía nada de ese extraño hombre. Sus ademanes eran algo anticuados, como si
perteneciera a otra época.
Vestía de forma
clásica, pero elegante, distinguida, como la de alguien acostumbrado a vivir
entre lujos y riquezas.
La había abordado en
aquel retirado pub, que pocos conocían. Aunque ella era clienta habitual, nunca
había reparado en su presencia.
Habían bailado toda la
noche, pero el hombre misterioso, no había bebido nada. Ni una cerveza, ni una
copa de vino.
Sentía sus manos
gélidas cuando la tocaba, pero sus ojos, esos ojos, la atrapaban como un cepo,
que no la liberaba, como si la atara a él, a la extraña presencia de ese
hombre.
Tenía unos ojos
carnosos, rojos de un vivo carmín, moría en deseos de besarle.
El hombre la acompañó a
su alcoba, besándose con ardor en el camino, hasta la habitación, donde arrancó
su ropa con una fuerza inusitada, impropia de un ser humano de su complexión
estilizada.
El cuerpo desnudo de la
dama, quedó exánime, entre los brazos de aquel siniestro hombre, mientras
hacían el amor de una forma brutal, despiadada, animal.
En pleno éxtasis, el
hombre comenzó a besar el cuello de la dama, haciendo que un estremecimiento
gélido le recorriera todo el cuerpo.
Hasta abrir su boca,
rodeando con sus labios en cuello herméticamente. Cuando la dama quiso sentir
el tacto de sus colmillos hundiéndose en la vena, era demasiado tarde.
La bestia, la sujetaba
con fuerza, impidiendo que se moviera, bebiendo su savia vital con fruición,
con voracidad, desparramando la sangre de la mujer, entre estertores agónicos,
empapando las sábanas blancas del lecho, goteando hasta el suelo.
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