- Buenos días princesa - dijo él, sentado frente al
caballete, con un pincel y la paleta con pequeñas cantidades de diferentes
colores, sonriendo desde su taburete.
En el lecho, enredada entre las sábanas, el cuerpo
desnudo de su musa, despertando al nuevo día.
En su lienzo, el esbozo de un primer retrato de ella,
en ese mismo instante, inmortalizado en el tiempo. Apenas un esbozo a
carboncillo, con las primeras pinceladas de color.
Quería hacer inmortal su belleza, quería, que cuando
la distancia, volviera a separarlos, tuviera ocasión, de contemplar, la figura
de su amada.
Aunque impotente, el blanco lienzo, no podría
inmortalizar su olor, no podría inmortalizar, el gran amor que por ella sentía,
y que ni siquiera su maestría con los pinceles alcanzaría jamás a poder
expresar.
Sabía, que una vez separados, se aferraría a ese
recuerdo, que acariciaría el cuerpo desnudo del lienzo recordando el tacto de
su piel, que sus labios añorarían sus besos, que su piel, extrañaría sus
caricias hasta lo impensable.
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