- Buenas
noches mi amor - dice ella, mirando la profundidad negra del mar en la noche
bajo el firmamento estrellado.
Su
marido, marino de profesión, llevaba semanas enteras de navegación, con su
barco pesquero, surcando el Atlántico.
Nunca se
terminaba de acostumbrar a las despedidas, al tiempo separados, a las largas
travesías, lejos el uno del otro, a la congoja, el miedo, de que esa sea la
última travesía, de que su amado nunca más regresara a sus brazos.
Y cada noche, subía a los acantilados, cerca de donde
tenían su casa, y contemplaba el mar, como las olas rompían en la playa y las
rocas, esperando, con el corazón en un puño, ver aparecer las luces del barco,
para correr al puerto, para abrazar a su enamorado.
Pero noche tras noche, volvía a la soledad del lecho,
tras susurrar un "Buenas noches mi amor" al vacío del manto marino.
Pero al fin, cuando ya se iba a acostar, con una
lágrima rodando por su mejillas, escucha una bocina desde el puerto, y ve, al
girarse, las luces de un pequeño pesquero que se acercaba al puerto.
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