martes, 29 de diciembre de 2015

12 cuentos para el invierno - VII- Besos contra el frío.



Era una gélida tarde invierno. Los dos enamorados, en una de esas contadas ocasiones, en que la distancia les permitía estar juntos, al fin unos días al menos, en la inmensidad de los meses, de las interminables semanas que los dos enamorados pasaban separados.
Habían salido a pasear después de comer, por un parquecillo cercano a la casa de ella, apurando las horas de la tarde, antes de que caída la noche tuvieran que regresar.
Finalmente, tras la caminata, se sentaron en un apartado banco del parque, donde los dos enamorados, pudieran estar tranquilos, lejos de miradas indiscretas, donde nadie les molestara.
Los brazos de él rodeándola a ella, sus manos entrelazadas, jugando el uno con los dedos del otro, miradas llenas de amor, TE QUIEROs apenas susurrados entre besos, mientras la luna emergía por el horizonte y el cielo se vestía con su manto negro.
El tiempo se tornaba gélido, los dos enamorados acurrucados el uno junto al otro en sus gruesos abrigos. Pero no querían volver a casa, no querían que ese momento terminara, no querían que terminara la magia de ese momento, no querían interrumpir la magia de ése instante juntos, no querían volver y que con ello comenzara la interminable separación de las horas de la noche que se les antojaba una cruel eternidad.
                                                                                           
Pero estaban juntos, y las caricias y los besos eran el mejor abrigo contra el frío, eran su mejor manto contra el invierno, eran la manta más cálida
Estaban juntos y eso era todo cuanto importaba, era todo cuanto querían, todo cuanto anhelaban, y por estar juntos, hasta el invierno más frío, se les antojaba verano.
En el abrigo de un abrazo, así se acabara el mundo fuera, poco les importaba a los dos enamorados, pues su mundo no iba más allá de ese abrazo, de donde ambos pudieran estar juntos.
Y la noche misma entera podría discurrir, sin que en lo más mínimo importara a los dos el tiempo que pasara, pues la eternidad era poco tiempo, la misma eternidad se les antojaba corta a los dos enamorados, entregados a sus te quieros, a sus cuerpos entrelazados en ese puzzle perfecto de sus labios y sus manos.
Y soñaban los dos enamorados, con el día en que ya no tendrían que apurar las horas, en que no tendrían que contentarse con las migajas del tiempo que la distancia les permitía estar juntos, soñaban, con las noches, en que sus besos y caricias, serían numerosos como estrellas hay en el firmamento desde la noche hasta el alba.
Llegada la hora, los dos enamorados, tomados de la mano, emprendían el camino de regreso, beso a beso, paso a paso.

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