viernes, 1 de enero de 2016

12 cuentos para el invierno -VIII- Más dulce que el chocolate.



Era la joven propietaria, de un pequeño café, en el cruce de dos, antaño, concurridas calles de la ciudad, que poco a poco víctimas del desarrollo urbano, habían quedado reducidas a dos pequeñas callejuelas del casco antiguo de la ciudad.
Sus abuelos, habían montado con sus ahorros ese local, hacía 50 años, tomando el testigo sus padres cuando éstos se jubilaron, y ahora con sus padres cerca del retiro, la muchacha, se iba poco a poco encargando más y más del local, aprendiendo el oficio de sus padres, para el día de mañana tomar el relevo.
Era cierto, que el local no era muy grande, pero tenía esa atmósfera clásica, antigua, de los locales en los que parece que el tiempo se ha detenido.
No tenía mucha clientela, pero especialmente en el invierno, tenía una fiel clientela que acudía casi cada día, a disfrutar de sus cafés y de sus tazas de chocolate caliente.
La gente entraba con sus gorros, bufandas y mitones. Jóvenes, niños, adultos y anciano, sin distinción de edad, como cumpliendo un ancestral rito, entraban en el local ateridos por el frío invernal, pero tras una dulce taza de chocolate o un cremoso capuchino, a veces acompañado de unos churros, entrando en calor, con una sonrisa golosa en los labios, con restos de chocolate en las comisuras.

Entró esa mañana en el local, una pareja de enamorados. Dos jóvenes de poco más de 20 años de edad, envueltos en sus abrigos negros, con una recia bufanda ella, con una palestina y guantes negros él.
Los dos enamorados, tras pedir un chocolate caliente, el especial de moka blanco con virutas de chocolate negro y galletas de jengibre, los dos enamorados, buscaron un retirado reservado del local, donde se sentaron el uno junto al otro.
Las manos entrelazadas sobre las piernas, los dos enamorados hablaban en apenas susurros, cerca el uno del otro, mirándose en interminables miradas, apartando la vista no más tiempo del estrictamente inevitable, para dar un sorbo al chocolate o un bocado a las galletas, limpiándose a besos entre risas de complicidad el chocolate de los labios.
Los dos enamorados estaban juntos, como en su propio mundo, ajenos, al resto del mundo, ajenos al resto de los clientes de aquella cafetería.
Desde ese momento, dejaría de ser simplemente un lugar más, un local más. Era un local que quedaría marcado para siempre con sus recuerdos, con los momentos vividos en él, con ese instante. Ya nunca sería el mismo, añorarían esos momentos cuando la distancia se interpusiera de nuevo entre los dos enamorados.

Pasarían delante de ese local, y se verían a si mismos, sentados tan cerca el uno del otro, en ese reservado.
A la encargada del local, las horas se le harían eternas, tras la barra, sirviendo bebida tras bebida a los clientes, pero a los dos enamorados, ese momento se les antojaría apenas un instante, apenas un instante las horas que allí pasarían juntos, deseando congelar el tiempo y que ese momento durara para siempre.
Terminada su bebida, la noche caída, los dos enamorados pagaron su consumición, y tomados de la mano, la cabeza de ella apoyada en el hombro de él, se perdieron juntos entre las sombras de la ciudad.




No hay comentarios:

Publicar un comentario