Era un hortelano y
jardinero de extraordinario talento, a pesar de su corta edad.
Durante todo el año,
adoptándose al paso de las estaciones, su jardín y su huerta estaba llena de
flores, de verduras y hortalizas, e incluso los árboles frutales, daban con
generosidad sus frutos estación tras estación.
Vivía, en la soledad de
su pequeña casa de piedra, gracias a los productos que vendía cada semana en el
mercado local, donde los lugareños, disfrutaban de los productos de su huerta.
Durante años, había
siempre logrado, incluso en las épocas más duras, sacar adelante su tierra, su
huerta. Incluso en los más fuertes vientos, en las heladas, en las granizadas,
siempre conseguía que sus cultivos volvieran a prosperar, que volvieran a
brotar y dar sus frutos.
Pero el pobre
jardinero, se sentía solo, se sentía terriblemente sólo. Y aunque su jardín
prosperaba, su corazón se marchitaba, falto de amor, falto de la vida que
impulsaba sus latidos.
Pero ese desánimo, esa
tristeza del joven jardinero, poco a poco, se estaba contagiando a sus plantas,
como si ellas sintieran también, el pesar que acongojaba el corazón del joven
jardinero.
Sus plantas marchitaban
y morían. Incluso en pleno verano, en su jardín era invierno. Mientras el resto
del pueblo disfrutaba de sofocantes temperaturas, extrañamente, la casa, el
huerto, el jardín, del joven jardinero, estaba cubierto por la nieve y la
escarcha.
Para preocupación de
los lugareños, nadie comprendía, que era lo que le sucedía al joven jardinero,
nadie entendía su pena, y cómo su tierra, ya no daba sus frutos.
Hasta que un día, llegó
al pueblo una joven enfermera, que había ido a aquella solitaria localidad a
pasar sus vacaciones de verano. Sorprendida, vio a los lugareños tan afligidos
por el pobre jardinero, y la particular meteorología de su hogar, que decidió
hacerle una visita.
Con la excusa, de no
haber encontrado alojamiento en el pueblo, la muchacha, pidió hospicio en casa
del joven jardinero, que accedió, feliz de tener un poco de compañía.
Cuando la muchacha
entró en la casa, un pequeño y tímido rayo de sol, brotó entre los nubarrones,
y poco a poco, el manto helado que cubría su huerto fue derritiéndose y las
plantas rebrotaron.
Pasaron días juntos, en
los que compartieron las pequeñas cosas del día a día, creciendo el amor, entre
la enfermera y el jardinero. Sus flores y plantas, volvían a reverdecer, bajo
un cálido y brillante sol.
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