lunes, 21 de diciembre de 2015

12 cuentos para el invierno - IV - El frío de la soledad.



Era un hortelano y jardinero de extraordinario talento, a pesar de su corta edad.
Durante todo el año, adoptándose al paso de las estaciones, su jardín y su huerta estaba llena de flores, de verduras y hortalizas, e incluso los árboles frutales, daban con generosidad sus frutos estación tras estación.
Vivía, en la soledad de su pequeña casa de piedra, gracias a los productos que vendía cada semana en el mercado local, donde los lugareños, disfrutaban de los productos de su huerta.
Durante años, había siempre logrado, incluso en las épocas más duras, sacar adelante su tierra, su huerta. Incluso en los más fuertes vientos, en las heladas, en las granizadas, siempre conseguía que sus cultivos volvieran a prosperar, que volvieran a brotar y dar sus frutos.
Pero el pobre jardinero, se sentía solo, se sentía terriblemente sólo. Y aunque su jardín prosperaba, su corazón se marchitaba, falto de amor, falto de la vida que impulsaba sus latidos.
Pero ese desánimo, esa tristeza del joven jardinero, poco a poco, se estaba contagiando a sus plantas, como si ellas sintieran también, el pesar que acongojaba el corazón del joven jardinero.


Sus plantas marchitaban y morían. Incluso en pleno verano, en su jardín era invierno. Mientras el resto del pueblo disfrutaba de sofocantes temperaturas, extrañamente, la casa, el huerto, el jardín, del joven jardinero, estaba cubierto por la nieve y la escarcha.
Para preocupación de los lugareños, nadie comprendía, que era lo que le sucedía al joven jardinero, nadie entendía su pena, y cómo su tierra, ya no daba sus frutos.
Hasta que un día, llegó al pueblo una joven enfermera, que había ido a aquella solitaria localidad a pasar sus vacaciones de verano. Sorprendida, vio a los lugareños tan afligidos por el pobre jardinero, y la particular meteorología de su hogar, que decidió hacerle una visita.
Con la excusa, de no haber encontrado alojamiento en el pueblo, la muchacha, pidió hospicio en casa del joven jardinero, que accedió, feliz de tener un poco de compañía.
Cuando la muchacha entró en la casa, un pequeño y tímido rayo de sol, brotó entre los nubarrones, y poco a poco, el manto helado que cubría su huerto fue derritiéndose y las plantas rebrotaron.
Pasaron días juntos, en los que compartieron las pequeñas cosas del día a día, creciendo el amor, entre la enfermera y el jardinero. Sus flores y plantas, volvían a reverdecer, bajo un cálido y brillante sol.

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