domingo, 27 de diciembre de 2015

12 cuentos para el invierno - VI - Al amor de la lumbre



Pasaban muchas horas en el día, los dos enamorados, separados por su trabajo, él como profesor, ella como enfermera, los niños en el colegio, pero cuando caía la noche, la familia tenían un momento para ellos.
Tras la cena que preparaban juntos toda la familia, una vez fregados los platos y recogida la mesa, avivaban el fuego de la chimenea del salón, sentándose por el suelo, en la alfombra.
Sacaban una bolsa de nubes, unos pinchos de metal, y preparaban un chocolate caliente que disfrutar tranquilamente, mientras asaban las nubes en la chimenea.
Mientras fuera la noche caía, con una copiosa nevada, acumulándose tras las ventanas, el joven enamorado, se sentaba rodeado por su familia, acurrucados bajo su mantita azul, y contaba alguna de sus historias.
A la luz tenue de las hoguera, mientras disfrutaban del chocolate y asaban nubes, escuchaban las historias que el enamorado inventaba, hasta que el sueño podía más, y acostaban a los niños, llevándolos en brazos a la habitación, quedando algo de tiempo de intimidad para los dos enamorados.
Descorchaban una botella de vino, se sentaban juntos en el sofá, acurrucados bajo la manta, entre besos y caricias.

Entonces el enamorado, tomaba un libro de las estanterías, uno que escribía cada día para su amada. Un libro manuscrito, que nadie más leería que su amada.
Y así cada noche, con su enamorada con la cabeza apoyada en el hombro de él, los dos abrazos, con voz pausada y acariciante, mientras poco a poco las brasas se extinguían en la chimenea.
Entrada la madrugada, guardaba el libro y los dos enamorados se retiraban a la habitación, donde escribían otra historia, una historia suya solamente, una historia escrita con besos, una historia escrita con caricias, con suspiros, una historia de los cuerpos entrelazados piel con piel, una historia que no saldría más allá de esos muros, y que sólo ellos dos conocerían.
En la mañana, tras el desayuno, pasarían de nuevo las interminables horas de su jornada, hasta el anhelado reencuentro, pero nada más importaba en ese momento juntos, nada más les importaba a los dos enamorados.
En esos momentos, el tiempo se detenía, las horas cesaban en su discurrir en ese momento entre los muros, donde los dos enamorados se entregaban el uno al otro, donde la noche era sólamente suya, y sólo la luna contemplaba con rubor el encuentro de los dos enamorados.

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