Se
acercaba el invierno, y con él el frío, que prometía ser especialmente virulento
en aquel año.
Era
ella una joven que trabajaba en una pequeña mercería del barrio, vendiendo
prendas interiores, ropa de mujer y material y accesorios de costura. No ganaba
mucho dinero, pero al menos la tienda heredada de su abuela, le daba para ir
tirando y poner el pan en la mesa.
Sin
embargo, la modesta casa en la que vivía, una antigua casona que había conocido
mejores épocas, estaba que se caía a pedazos. Grifos oxidados, goteras, tablas
del suelo que cedían, algún cristal de las ventanas que necesita ser
reemplazado.... y así una lista interminable con un largo etcétera.
La
casa lo necesitaba, pero la joven, no tenía dinero para pagar a un fontanero, a
un electricista, un albañil... que hicieran las necesarias reparaciones a la
casa. Podía comprar los materiales, a precios rebajados en un outlet, pero
¿quién haría las reparaciones?
Un
día llegó a la ciudad, un joven inmigrante del este, que a duras penas hablaba
la lengua del país, lo justo para entenderse.
Buscaba
un lugar donde quedarse, pero nadie quería darle refugio, ni requería sus
servicios como contratista. La joven, estudiaba al muchacho, con cierto recelo,
pero una idea le rondaba los pensamientos.
¿Y
sí ese joven era la solución que había estado esperando todo ese tiempo?
Un
día, el muchacho acudió a la mercería, buscando material para remendar sus
maltrechas prendas. La joven, armándose de valor le propuso al joven un trato.
El
muchacho trabajaría en la casa, haciendo las necesarias reparaciones. No podía
pagarle con dinero, pero no le faltaría un lecho mullido, prendas de abrigo y
comida caliente en la mesa.
El
joven, sorprendido, aceptó la propuesta de la joven. Compró los materiales
necesarios junto a la muchacha, y ese mismo día, comenzó las labores de
reparación en la casa.
El
muchacho trabajaba incansable mañana y tarde en la casa, de buena mañana.
Desayunaban juntos al empezar el día, preparaban juntos la comida, y en la
noche tras ver la televisión un rato, se retiraban a dormir en habitaciones
contiguas.
Poco
a poco, el joven se fue mostrando más abierto, y la joven, disfrutaba de la
compañía del muchacho. La casa se iba transformando a ojos vista.
La
joven mercera, reparó en el mal estado de las prendas del muchacho. La navidad
se aproximaba, y el joven, no tenía prendas de abrigo adecuadas.
Por
las noches, al terminar el trabajo, la joven mercera, aún a costa de quitarse
tiempo de sueño, seguía infatigable trabajando en un jersey de color azul, con
lana de buena calidad, que paciente, puntada a puntada, tomaba forma.
Tejió
también, un gorro, unos guantes, calcetines y una bufanda a juego.
Llegado
el día de Navidad, había terminado su labor, que envolvió en un pequeño
paquetito, que entregó al joven contratista. La casa estaba terminada, con
todas las repaciones hechas.
Éste
aceptó el paquete, sorprendido, y al momento se puso todas las prendas,
agradeciendo a la joven su generosidad.
La
muchacha, había puesto en cada punta, los sentimientos que en ese tiempo habían
nacido, por aquel joven, la llama de un amor, que había surgido en la
convivencia, en el trato diario, en el tiempo que los dos jóvenes habían pasado
juntos.
Esa
ya no era sólo su casa. Ahora era de los dos. De alguna forma, habían hecho de
ese lugar, su refugio, y esas cuatro paredes, estaban llenas de recuerdos, de
miradas, de risas, de conversaciones.
Y
quizás, finalmente, ese invierno seria, un poco menos frío, a fin de
cuentas....
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