Los
dos enamorados, habían decidido, aprovechando el puente de Todos los Santos, en
que libraban de su trabajo, para pasar unos días juntos a solas, lejos de sus
habituales obligaciones, estrés y preocupaciones, de acampada en un bosque, a
varios kilómetros de la ciudad.
Empacaron
en la mañana en el maletero de su turismo amarillo, la tienda de campaña, las
neveras y bolsas con las provisiones, el material de acampada, unas buenas
mantas y demás cosas que necesitarían.
Miraron
la predicción del tiempo. A pesar de las bajas temperaturas propias de la
estación, preveían que serían días de sol y de buen tiempo.
Condujeron
juntos, hacia la salida de la ciudad, en dirección al bosque que habían
escogido como lugar para su acampada, dejando el coche en el límite del mismo,
medio oculto entre algunos árboles y se repartieron la carga entre los dos,
adentrándose por las estrechas sendas del bosque, buscando un claro, cerca de
un lago, en el corazón del bosque, donde preveían montar su campamento para
pasar los próximos días juntos.
Tras
una breve caminata, encontraron el lugar que estaban buscando, un retirado
claro, entre los robles, a pocos metros de un pequeño lago de montaña, de donde
podrían conseguir agua para beber y cocinar.
Descargaron
sus pertrechos en un pequeño montoncito y se dispusieron juntos a montar las
tiendas, entre risas, bromas y besos, antes de pasear por el bosque, en busca
de ramas y hierbas secas en abundancia con las que encender una buena fogata
con la que entrar en calor y cocinar su cena.
Con
los últimos rayos del día, los dos enamorados tenían montado su campamento,
pusieron una olla en la hoguera y prepararon una sopa, que disfrutaron juntos,
acurrucados bajo una mantita, al amor de la lumbre.
Terminada
la cena, abrazados, a la luz de las llamas, el enamorado contaba a su amada,
historias de amor, entre besos y tiernas miradas.
A
medida que se cernía la noche, pequeños copos de nieve, que poco a poco se
hacían más densos, empezaban a caer, por lo que los dos enamorados, se
refugiaron en la tienda de campaña para pasar la noche, abrazados para darse
calor en el saco de dormir.
Al
amanecer, cual no fue su sorpresa, al verse enterrados por la nieve, teniendo
que abrirse paso entre la masa blanca, para poder salir de la tienda.
Recuperaron
como pudieron sus cosas y la tienda. Con una nevada tan fuerte, no podían
quedarse allí, debían volver al coche y emprender el regreso. Su escapada
romántica, parecía haberse ido al garete.
Regresaron
junto al coche, pero éste, enterrado por la nieve, quedaba embarrado, y no
podían salir, hasta que el terreno se secara un poco. Incluso si venía una
grúa, le costaría horas y horas llegar al lugar, y corría el riesgo de
embarrarse también.
Necesitaban
encontrar refugio, donde pasar las horas, y quizás otra noche, antes de que
llegara la ayuda, pero, ¿dónde?
Caminaron
juntos por el bosque, buscando un lugar donde montar de nuevo su campamento,
cuando dieron con una cabaña de troncos, devorada por la maleza, que
probablemente hace mucho tiempo ocupó algún cazador o un guarda forestal. A
pesar de lo dañada que estaba, el interior estaba resguardado, conservaba
algunos sencillos muebles, utensilios de cocina, e incluso latas de conserva,
que aún no habían caducado.
Los
dos enamorados, quedaron en aprovechar la cabaña para resguardarse. Encontraron
unas velas en un cajón, que encendieron. Sacaron una sencilla vajilla, y había
incluso una polvorienta botella de vino, que descorcharon. Encendieron la
chimenea, calentándose con un agradable fuego.
Un
brindis, un TE QUIERO, y ninguna prisa porque vinieran a rescatarlos.
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