Amanecía una nueva
mañana, de aquel gélido invierno. Los dos enamorados, despertaban juntos, con
los primeros rayos de sol colándose entre los cristales de la habitación,
cubiertos de hielo.
Era una mañana de
domingo, por lo que los dos enamorados, tenían todo el día por delante, sólo
para los dos, sin el habitual estrés y prisas de la semana.
Un despertar a besos,
enredados bajo las sábanas, sin prisas por empezar el día, olvidando el
despertador, los madrugones, las interminables horas separados.
Hasta que los niños
entran en la habitación, irrumpiendo con sus gritos, saltando sobre la cama a
los brazos de sus padres, entre risas, llevándoselos a la bañera, donde
preparar un baño caliente de espuma para los cuatro, jugando en el agua como
chiquillos, antes de preparar el desayuno para los cuatro.
Un corazón dibujado en
las tostadas. El aroma a café y a
chocolate caliente en aire y de los churros recién hechos. Un cd de su grupo
favorito en la minicadena y los dos enamorados cantando a voz en grito. Una
mirada cómplice, un guiño y un beso, cuando los niños no miraban.
Tras abrigarse, salen al
jardín, donde la nieve ha caído en abundancia durante la noche.
La enamorada con su
hija, el enamorado con su hijo, jugando a una guerra de bolas de nieve en el
jardín, utilizando cualquier trasto como parapeto de los proyectiles. El que
perdiera, fregaría los platos esa noche.
Jugando juntos a hacer
ángeles de nieve, rodando abrazados por el manto blanco, con su perrillo dando
brincos y ladrando emocionado, de acá para allá.
Cocinando juntos al
amor de la lumbre, horneando galletas, con motivos invernales, decorándolas
juntos y terminando perdidos de manchas de harina y huevo.
Preparada la comida,
pusieron juntos la mesa, descorcharon los dos enamorados una botella de vino
para ellos y una de zumo para los niños, brindando por su amor, disfrutando de
la comida que habían preparado juntos, antes de dar buena cuenta en el postre
de las galletas que habían hecho junto a sus hijos.
En la tarde,
acurrucados al calor de la chimenea, con su manta azul, leyendo cuentos a sus
niños, antes de dejarles salir un rato a jugar en el jardín, bien abrigados,
para que hicieran un muñeco de nieve.
Quedaron los dos
enamorados, a solas en el salón, abrazados en el sofá, haciendo caso omiso a
una película romántica de la televisión, por estar entregados a sus besos y
caricias, ahora que tenían unos instantes de paz, con los niños jugando fuera.
En la noche, antes de
cenar, salen con un tazón de caldo caliente, a contemplar el firmamento
estrellado, jugando a imaginar mil formas en cada constelación, acurrucados los
cuatro bajo una manta para combatir el frío invernal, antes de meterse para la
casa, a cenar juntos, a la luz de las velas y de la chimenea del salón, dando
como una atmósfera irreal, mágica, al salón.
Con los niños dormidos
tras el largo día de juegos, al fin los dos enamorados, pueden retirarse y
tener tiempo a solas. Esa noche, en la calidez de la habitación, el frío
invierno, se derretiría en el fuego de la ardiente pasión.
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