domingo, 3 de enero de 2016

12 cuentos para el invierno - IX – El calor del hogar



Amanecía una nueva mañana, de aquel gélido invierno. Los dos enamorados, despertaban juntos, con los primeros rayos de sol colándose entre los cristales de la habitación, cubiertos de hielo.
Era una mañana de domingo, por lo que los dos enamorados, tenían todo el día por delante, sólo para los dos, sin el habitual estrés y prisas de la semana.
Un despertar a besos, enredados bajo las sábanas, sin prisas por empezar el día, olvidando el despertador, los madrugones, las interminables horas separados.
Hasta que los niños entran en la habitación, irrumpiendo con sus gritos, saltando sobre la cama a los brazos de sus padres, entre risas, llevándoselos a la bañera, donde preparar un baño caliente de espuma para los cuatro, jugando en el agua como chiquillos, antes de preparar el desayuno para los cuatro.
Un corazón dibujado en las tostadas. El aroma a café  y a chocolate caliente en aire y de los churros recién hechos. Un cd de su grupo favorito en la minicadena y los dos enamorados cantando a voz en grito. Una mirada cómplice, un guiño y un beso, cuando los niños no miraban.
Tras abrigarse, salen al jardín, donde la nieve ha caído en abundancia durante la noche.

La enamorada con su hija, el enamorado con su hijo, jugando a una guerra de bolas de nieve en el jardín, utilizando cualquier trasto como parapeto de los proyectiles. El que perdiera, fregaría los platos esa noche.
Jugando juntos a hacer ángeles de nieve, rodando abrazados por el manto blanco, con su perrillo dando brincos y ladrando emocionado, de acá para allá.
Cocinando juntos al amor de la lumbre, horneando galletas, con motivos invernales, decorándolas juntos y terminando perdidos de manchas de harina y huevo.
Preparada la comida, pusieron juntos la mesa, descorcharon los dos enamorados una botella de vino para ellos y una de zumo para los niños, brindando por su amor, disfrutando de la comida que habían preparado juntos, antes de dar buena cuenta en el postre de las galletas que habían hecho junto a sus hijos.
En la tarde, acurrucados al calor de la chimenea, con su manta azul, leyendo cuentos a sus niños, antes de dejarles salir un rato a jugar en el jardín, bien abrigados, para que hicieran un muñeco de nieve.
Quedaron los dos enamorados, a solas en el salón, abrazados en el sofá, haciendo caso omiso a una película romántica de la televisión, por estar entregados a sus besos y caricias, ahora que tenían unos instantes de paz, con los niños jugando fuera.

En la noche, antes de cenar, salen con un tazón de caldo caliente, a contemplar el firmamento estrellado, jugando a imaginar mil formas en cada constelación, acurrucados los cuatro bajo una manta para combatir el frío invernal, antes de meterse para la casa, a cenar juntos, a la luz de las velas y de la chimenea del salón, dando como una atmósfera irreal, mágica, al salón.
Con los niños dormidos tras el largo día de juegos, al fin los dos enamorados, pueden retirarse y tener tiempo a solas. Esa noche, en la calidez de la habitación, el frío invierno, se derretiría en el fuego de la ardiente pasión.


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