Despertó esa mañana con
un portentoso bostezo. Un olor a adolescencia y a sudor en las sábanas de su estudio.
Había dejado la cafetera
preparada en la noche, para que cuando nada más despertar en la mañana, fuera simplemente
pulsar el botón para que el olor a café inundara la estancia.
Encendió el ordenador de
su escritorio, tras servirse una taza de humeante café, negro como el carbón. Abrió
el navegador, tecleó su dirección de correo electrónico y su contraseña.
Se llevó la taza a los labios
y le dio un generoso sorbo, antes de pulsar el botón, para comentar a escribir un
nuevo correo electrónico.
Buenos
días mi amor
Nuevamente como cada mañana, cumplía con ese ritual,
con su amada. Día tras día, confiaba, más allá de los kilómetros que los separaban,
a aquellas pocas líneas, a ese mensajero virtual, los sentimientos del inmenso amor
que por su amada sentía.
A la espera, de que al fin un día compartirían una taza
de café, endulzada con besos, al fin sin más distancia entre los dos.
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