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sábado, 4 de febrero de 2017

Con una taza de café - Decimoctava taza



El enamorado despertaba en lecho de la habitación azul, decorada con motivos marinos en su muro y techos.
Era una mañana en la que ni él, joven profesor de idiomas, ni su amada, enfermera especializada en tocología, tenían que acudir al trabajo.
Desde uno de los cuartos de la casa de piedra, que habían adquirido juntando sus ahorros sufridamente ganados, provenía la melodía de un piano.
Con una sonrisa, el enamorado, en camiseta de manga corta y pantalón bombacho de cuadros, sale del lecho, se calza las zapatillas de estar por casa y se encamina a la cocina, oyéndose cada vez más cerca, cada vez a más volumen, la melodía del piano.
Coloca en la cafetera dos cápsulas de capuchino y prepara sendas tazas de café, que coloca en una bandeja metálica, junto a un pequeño plato con dos croissants de mantequilla.
Tomando la bandeja con ambas manos, camina hacia el cuarto, donde su amada, aún en pijama, toca una melodía en el piano de cola. Deja el enamorado una taza y un croissant en un platito junto a su amada, besa sus labios un instante y mientras saborea el café, escucha a su amada, entregada a la música, sentado junto a ella.













domingo, 18 de diciembre de 2016

Con una taza de café - Decimotercera taza


Eran fechas, en las que muchos, celebraban las Navidades rodeados de sus familiares, de sus seres queridos, de sus amigos, de sus parejas…
Pero había quienes tenían que seguir adelante, quienes no podían detenerse en su trabajo, por todos aquellos para los cuales esas fechas no serían precisamente de celebración, por una salud quebrada.
Era una enfermera, una de aquellas, que debían seguir realizando su trabajo en esas fechas tan festivas, con turnos interminables, donde las pausas y descansos eran un lujo.
Pero en una de esas pausas, cuando tomaba un vaso de café de una de las máquinas expendedoras del hospital, tratando de paliar a golpe de cafeína el creciente sueño que tras las largas horas de turno de noche empezaba a apoderarse de ella, sintió una presencia tras ella.
Ahí estaba su novio, su amado, con una caja de dulces navideños bajo el brazo y un termo de chocolate caliente en las manos, con un gorrito que representaba a Papá Noel de cintura para abajo, con las piernas y sus botines negros hacia arriba.
- Feliz Navidad, amor mío – dijo el joven, sonriendo bonachonamente.

domingo, 18 de septiembre de 2016

Con una taza de café - Octava taza



Visitaba regularmente aquella vetusta librería desde que era una niña. En aquel entonces, era su madre quien la acompañaba una vez al mes, con un presupuesto limitado, para comprar algunos de los libros que llevaba todo un mes codiciando en sus estanterías.
En aquel entonces, el librero era un hombre aún relativamente joven, con sus gafas de pasta, su sonrisa de dientes irregulares y sus cabellos castaños en batalla, al que envidiaba con todas sus ganas por tener acceso a todos esos para ella preciados tesoros.
Podía pasarse horas para escoger, a lo sumo, tres libros, que era para lo que daba su pequeño presupuesto, para todo un mes. Y siempre el bibliotecario, le regalaba un caramelo, algún dulce, o cuando hacía mucho frío, en pleno invierno, la invitaba a una taza de chocolate, que apenas podía sostener con sus manitas.
Veinte años después, era ya toda una mujer. Trabajaba como enfermera en un hospital de la localidad, pero mes tras mes, acudía puntual, a tomar una taza de café con el ya anciano librero, departiendo sobre las novedades y sus libros favoritos, como un abuelo bonachón, que recibe la visita mensual de su nietecita favorita.
Y nunca faltaba tras esa visita, un puñado de nuevos libros bajo el brazo.