martes, 11 de abril de 2017

Con una taza de café - Decimonovena taza

Con una taza de café - Decimonovena taza

La joven, como cada mañana, a esa temprana hora, en pleno gélido invierno, se encaminaba hacia la estación con paso apresurado, arañando unos minutos para poder comprar un café y un croissant de mantequilla, que tomar en el propio autobús, aprovechando el trayecto hasta el colegio donde trabajaba.
Cada mañana, encontraba a un mendigo, que sentado en un banco, a la entrada de la estación, suplicaba por una moneda a los viandantes, que recelando de su honradez, pasaban de largo, le dedicaban crueles miradas o se mofaban de él.
Sin embargo el anciano mendigo, contaba solamente en sus pertenencias, con un pequeño block de dibujo manoseado, al que pocas hojas restaban ya y unos lápices roídos y unos trocitos de carboncillo.
A quien se molestaba en darle una pequeña limosna, el mendigo se lo agradecía con un dibujo, según aquello, que el viandante en cuestión le inspiraba.
La muchacha, decidió una buena mañana, pedir no solamente uno, sino dos cafés, y no solamente un croissant, sino dos. Ese día no había prisa, ese día era domingo y no tenía que acudir a su trabajo. Para sorpresa del mendigo, le tendió al hombre uno de los cafés y un croissant, que el pobre diablo devoró con avidez.
La joven, a diferencia de la prisa con que normalmente tomaba su desayuno, en esta ocasión, se sentó junto al mendigo, desayunando con él.
El mendigo, siguiendo con su costumbre, mientras bebía a pequeños sorbos el café, dibujaba en su bloc, alzando ligeramente la vista hacia la muchacha, que aguardaba paciente el resultado.
Cuando le tendió el dibujo el mendigo, la muchacha encontró las palabras escritas al pie de la lámina:
“En ocasiones una sonrisa, es la fogata que mejor caldea un corazón frío. En ocasiones una mirada, es el más vigorizante y aromático de los cafés”



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