sábado, 1 de octubre de 2016

Con una taza de café - Novena taza




Puso la cafetera a calentar al fuego. Era una vetusta cafetera metálica, de las que no necesitaban más que una buena lumbre bajo ellas para preparar un delicioso café humeante.
Su amada, seguía aún durmiendo apaciblemente, acurrucada bajo la calidez de las mantas. Fuera, los primeros vientos fríos del otoño se dejaban notar, desnudando impúdicamente las copas de los árboles de su traje de hoja en una caricia.
Cada mañana el mismo ritual, sirvió dos tazas de café, en unas tacitas con sus nombres. Escogió unas flores frescas del jardín que aún sobrevivían a la estación, para adornar una sencilla bandeja de porcelana, sobre la que colocó sendos croissants, junto con un platito de jamón y la mantequilla.
Llevaban casados cinco décadas, pero cada mañana, el anciano esperaba a que el aroma del café, despertara a su amada, aprovechando esos minutos, en que ella no lo sabía, para sencillamente contemplarla dormir, apaciblemente.
Cuando perezosamente despertaba, parpadeando, le devolvía la sonrisa y se inclinaba ligeramente sobre el borde del lecho para besarla.

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