jueves, 8 de septiembre de 2016

Con una taza de café - Séptima taza




Un beso, tan sólo un beso. Tan sólo una taza de café que habían compartido, en ese retirado local de La Habana, cuyo nombre casual ya ni siquiera recordaba.

En sus ojos ancianos recordaba la mirada de los ojos de ella. En su memoria tenía tatuado el olor de su piel bajo la caricia del sol. Sus hombros aún recordaban el tacto de los cabellos de ella en ese roce casual. 

Sus manos no habían olvidado el tacto de las de ella en el roce último antes de la despedida.

Sus oídos no habían olvidado, el sonido del te quiero que ella le regaló, el primero y el último, antes de perderse por las calles polvorientas de la ciudad, en ese vaivén de sus caderas, su rostro oculto bajo la sombra del sombrero de paja.

Y sus labios no habían olvidado el sabor de ese beso. No era sólo el sabor del café. Era su sabor, el de los labios de ella, que el café no había logrado arrebatar a sus recuerdos.

Cincuenta años habían pasado de ese beso, y aún seguía en cada taza de café, buscando reencontrar, el sabor de ese primer beso.

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