sábado, 27 de agosto de 2016

Con una taza de café - Quinta taza



Como cada mañana, bajaba a la cocina, tras el despertar, tras asearse y vestirse, para el desayuno.
En otro tiempo, era ese un gesto cotidiano, un gesto rutinario, al que no prestaba atención, un gesto en el que no reparaba, algo que realizaba de forma mecánica, irreflexiva, como parte de cada nuevo día.
Pero hubo un día, en que tras toda una joven vida de desayunos solitarios, ese momento, como tantos de su día a día, se habían convertido en una fuente de recuerdos.
Recordaba los días en que junto a su amada, el desayuno, marcaba el comienzo, marcaba el inicio, del día juntos, marcaba el inicio de todo un día por delante para los dos, o al menos, en el que podrían acompañarse al trabajo, para reencontrarse horas después, lejos de esa cruel distancia que los separaba.
El café no sabía igual sin la dulzura de sus besos. Los gofres con chocolate le sabían a cartón. La leche tenía un regusto agrio.
Miraba el reloj en la pared, ese reloj, que insistía siempre en discurrir demasiado lento, cuando tenía a su amada lejos de él, y demasiado rápido en cambio, cuando al fin estaban juntos de nuevo.



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