Nuevamente tenía que
madrugar, nuevamente un día más en la rutina de su semana como profesor,
teniendo que ir a impartir sus clases.
Lavado, peinado y
vestido, bajó el joven a la cocina de su casa. Puso la cafetera eléctrica en
marcha, tras añadir el agua y el café y dejar preparada su taza roja de
cerámica con tapa, que se llevaría al trabajo.
Mientras el café se
preparaba, el joven se sirvió el tazón de leche, con una pizca de cacao en
polvo, al que dio un golpe de calor en el microondas.
De la nevera, abrió una
caja de miguelitos, unos suaves pasteles de crema y hojaldre. En la puerta de
la nevera, un tarro de confitura de coco.
Sacó los cereales y el
paquete de galletas. Un nutritivo y abundante desayuno antes de empezar su
jornada.
Pero miraba a su
diestra y le faltaba lo más importante. Le faltaba ella, su amada, a su lado. Y
todos aquellos pequeños objetos, todos aquellos alimentos cotidianos, eran
pequeños fragmentos de recuerdos, de los desayunos compartidos hacía apenas dos semanas con ella, que ahora
de nuevo estaba lejos de él.
Maldecía, conteniendo
las lágrimas, cada kilómetro que la separaba de ella.
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