Tras la comida, el anciano
matrimonio, se levantaron de la mesa, recogieron los platos sucios y los demás cubiertos, que dejaron en el fregadero,
antes de ponerse juntos a la tarea de fregarlos. Él los enjabonaba y aclaraba, y
ella los secaba con un paño y los colocaba con mimo de vuelta en el armario. Era
una vajilla que les habían regalado sus amigos y familiares en el día de su boda,
tiempo atrás.
Y entre todos los cubiertos,
había dos tazas, que para ellos tenían un significado muy especial. Las habían conseguido
en sus años de noviazgo, en una tómbola, por mucho más coste del valor que realmente
tenían, pero eso era lo de menos, lo que les importaba era el valor emocional, los
recuerdos, los sentimientos, vinculados a ese sencillo objeto.
Prepararon sendas tazas de café capuchino, su predilecto,
y los dos ancianos, se sentaron en su rincón del jardín, en un pequeño banco de
hierro forjado, con cojines de colores para hacerlo más cómodo, a la sombra de los
cerezos y almendros, saboreando la bebida, la cabeza de ella apoyada en el hombro
de él, endulzando con besos su bebida.
Y en esos momentos, sentían como si el mismo mundo se
detuviera en la magia de ese instante juntos.
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