Era una sencilla
cafetera. Una cafetera metálica, con marcas del fuego que había ennegrecido su
superficie. Una cafetera fabricada en acero, sin ninguna característica ni
rasgo destacable, una cafetera como la que podría comprarse en cualquier
ferretería.
El muchacho, había
escuchado hasta la misma saciedad en boca de familiares y amigos, que tirara a
la chatarra ese viejo trasto y se comprara una moderna cafetera eléctrica, pero
el joven había desoído deliberadamente sus indicaciones.
Pero había una razón
muy especial por la que el joven se negaba a deshacerse de esa cafetera.
Sus abuelos, le habían
regalado esa cafetera cuando se había independizado.
Cuando su abuelo se había
mudado, décadas atrás, al pequeño pueblo donde vivía, preparaba cada mañana café
con esa vieja cafetera, en su pequeña casita, a pie de calle.
Al poco de mudarse, su
abuela, atraída por el aroma del café, se acercó a tomar una taza con la excusa
de presentarse a su nuevo vecino, comenzando así, una amistad que había
terminado convirtiéndose en amor, entre los dos ahora ancianos.
Quizás algún día, el
aroma del café, traería un día al amor de su vida hasta él.
Como cada mañana el
joven puso a hervir la cafetera en el fuego, se sentó frente al ordenador y abrió su email. Allí estaba ese email.
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