El enamorado despertaba en lecho de la habitación azul, decorada con motivos marinos en su muro y techos.
Era una mañana en la
que ni él, joven profesor de idiomas, ni su amada, enfermera especializada en
tocología, tenían que acudir al trabajo.
Desde uno de los
cuartos de la casa de piedra, que habían adquirido juntando sus ahorros
sufridamente ganados, provenía la melodía de un piano.
Con una sonrisa, el
enamorado, en camiseta de manga corta y pantalón bombacho de cuadros, sale del
lecho, se calza las zapatillas de estar por casa y se encamina a la cocina, oyéndose
cada vez más cerca, cada vez a más volumen, la melodía del piano.
Coloca en la cafetera
dos cápsulas de capuchino y prepara sendas tazas de café, que coloca en una
bandeja metálica, junto a un pequeño plato con dos croissants de mantequilla.
Tomando la bandeja con
ambas manos, camina hacia el cuarto, donde su amada, aún en pijama, toca una
melodía en el piano de cola. Deja el enamorado una taza y un croissant en un
platito junto a su amada, besa sus labios un instante y mientras saborea el café,
escucha a su amada, entregada a la música, sentado junto a ella.
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